Hay personas que piensan, en realidad no piensan sino creen, que las guerras son inevitables. De hecho si estas queridas personas pensaran, llegarían a la sana conclusión de que no solo son evitables, pero además son nefastas e innecesarias para el progreso de la humanidad. Digo que creen porque es en realidad una creencia que no tiene un asidero lógico, a pesar de los esfuerzos que se hacen por justificarlo con argumentos aparentemente lógicos. Y estos argumentos han llegado a proponer que la mejor forma de resolver conflictos entre jóvenes es darle a cada uno unos guantes de boxeo y que se peguen hasta que uno de ellos sobreviva a todos los golpes. En otras palabras, la desdichada ley natural del dominio por la fuerza o también llamado “Ley de sobrevivencia del más fuerte” - más sobre esto, en el futuro…
Esto se ha hecho sin los resultados esperados y en vez de resolver el conflicto, se agrava. El “ganador” tiene que mantener su ganancia y el “perdedor” naturalmente humillado buscará la venganza de una u otra forma hasta convertirse en “ganador” y el ciclo se repite con los roles cambiados pero con las mismas consecuencias para ambos.
En 1929 Erich Maria Remarque, un joven alemán escribió una novela extraordinaria sobre su experiencia en la llamada “Gran Guerra” en Europa. De la novela se hizo una película en 1930 que luego fue prohibida por Hitler por el tono anti-bélico que no encajaba con su plan de conquistar toda Europa. La novela titulada “Sin novedad en el frente” es un fiel relato de lo que sucedió en el frente entre Alemania y Francia. En 2022 se hizo otra película con el mismo nombre y el mismo tema basada en la original. No soy un crítico de films ni me interesa esa parte. Lo más significativo para mi es que el lugar en donde se dio una batalla tras otra en el esfuerzo de conquistar el terreno que separaba los dos países, más de tres millones de soldados alemanes, prusianos y franceses murieron en una carnicería increíble que nunca logró avanzar o retroceder más de algunos metros en la conquista del terreno.
La absurdidad de este hecho es tan notable que a pesar de todo lo que se ha publicitado es difícil imaginarlo. Más de tres millones de seres humanos es ya demasiado y ni siquiera estamos contando a los sobrevivientes con todo tipo de traumas psíquicos y físicos. Las cifras siempre tienen ese poder alucinante de dejarnos mudos, pero luego nos olvidamos y pasamos a otra cosa.
Las tragedias se acumulan pero no son inevitables…
Hacia el año 2169 sucedió en este planeta algo bastante insólito. En plena calle, en una ciudad sudamericana, un personaje empujó a otro personaje y los observadores de esta anécdota, entre ellos, jóvenes y niños, todos tuvieron la misma respuesta. Un líquido verdoso, ácido y fétido salió de todas las bocas. Un vómito incontrolable se apoderó de aquellos jóvenes que observaron el percance y no hubo forma de contener el tipo de respuesta provocado por un incidente simple pero significativo e indudablemente violento.
Alguien sarcásticamente comentó que por suerte solo fue un empujón…
En esa década de los años 50 (pero ya en el siglo XXII) muchos cambios se sucedieron en una humanidad que había logrado superar las idioteces y las dificultades de los siglos pasados y uno de los grandes logros fue la conquista de la violencia. No fue fácil ni tampoco delicado y mucho menos decoroso, pero así son las cosas en nuestra especie.
Por muchisimas razones que no vienen al caso por la brevedad de este escrito, las generaciones nacidas en esa década “vinieron al mundo”, como se suele decir, con un mecanismo biológico que nunca había existido antes y se modificó genéticamente como una reacción visceral a todo acto de violencia física. En frente a cualquier situación de violencia física, se producía un vómito incontenible como el ya descrito anteriormente y el comentario sarcástico en realidad tenía su razón de ser.
Quizás lo más importante es que el asunto no terminó ahí. Ese rechazo físico a la violencia creó las condiciones mejores para un repudio a todas las formas de violencia que habían existido y todavía existían en esos años. La verdadera y acabada comprensión de que la raíz de toda violencia (económica, física, sexual, religiosa, etc.) estaba en el mecanismo del deseo fue también parte del circuito interno con el cual las nuevas generaciones nacieron y crecieron.
Para los ingenuos o los que protestan inmediatamente al escuchar cosas de esta naturaleza, es bueno aclarar que el descubrimiento de las raíces de la violencia no significó que tal violencia desapareciera mágicamente y que de súbito nos encontramos en un paraíso social. Fueron tiempos muy duros y penosamente el ser humano avanzó, paso a paso, metro a metro hasta lograr un cambio no solo sicologico sino también físico. Esos pasos y metros fueron tan duros como los dados en la gran guerra pero con una intención totalmente diferente. La náusea típica que se produce a raíz de la confrontación con algún elemento peligroso para el cuerpo era rechazado en esa forma. Como náuseas. Curiosamente en los siglos anteriores, especialmente antes del XX, la náusea era considerada una debilidad y en ciertos lugares era una debilidad “femenina”. Así de mal andaban las cosas en nuestro planeta.
Sin embargo, como se dijo anteriormente, llegamos dificultosamente a la comprensión de muchas cosas y a la transformación del ser humano en un ser “verdaderamente Humano” en donde la característica más importantes fue el reconocimiento absoluto de ser una sola especie y nuevamente, para apaciguar las protestas de este presente deshumanizado, es necesario entender que este proceso tomó tiempo, energía y no avanzó linealmente sino con muchos altos y bajos, con muchas “caídas” y “levantamientos”, con mucho esfuerzo, especialmente en el campo de la verdadera comprensión de quiénes somos y que lugar ocupamos en este universo.
Ese vómito incontenible fue el producto de muchos años de acumulación de ciertas formas de comportamiento que podríamos llamar “unitivas”. Ese comportamiento unitivo transformó la energía interna de aquellos que se abocaron a tal tarea y como consecuencia de las leyes físicas y de otras menos conocidas, se produjo un cambio energético y de redistribución de esa energía en un cuerpo más apto para manejar tal energía y en una lucidez interna que fue una novedad para nuestra especie.
Recién entonces tuvo verdaderamente sentido los grandes proyectos que parecían inalcanzables un siglo atrás. Recién entonces fuimos capaces de explorar el universo no solo porque logramos la tecnología adecuada y tuvimos fuentes inagotables de energía a nuestro alcance, sino también porque logramos transformarnos a nosotros mismos como especie, grupo e individuo.
Cuando dejamos de creer en la muerte, la vida se manifestó en todo su esplendor y caímos en cuenta de que era imposible “matar” y vivir al mismo tiempo, tuvimos que elegir y elegimos “vivir”. Esa elección consciente y motivada por comprensión y no por temor, creó las condiciones para el cambio en nuestra especie. Pero todo comenzó cuando dejamos de justificar todo acto de violencia y pusimos grandes esfuerzos en erradicarla en nuestro interior. No fueron necesarias las leyes, los controles, la represión, ni nada de lo que conocíamos como mecanismos para mantener la violencia “a raya”. Fue un esfuerzo humano, de gran cuidado y reconocimiento que “toda existencia individual era posible por la existencia de otros”. Ahí empezó el camino ascendente y el rechazo a toda forma de violencia que luego pasó a ser un mecanismo biológico de protección para ese nuevo cuerpo con una nueva conciencia que comenzó a surgir en nuestro planeta.
Continuará…
FOTO DE RAFAEL EDWARDS